La política del buldócer: Introducción
Léopold Lambert
Es importante señalar que este texto se publicó en 2016, centrándose en el uso sistemático del buldócer por parte del Estado israelí para destruir hogares palestinos desde 1948. Para este número, el texto ha sido modificado mínimamente, pero la escala y la intensidad de la violencia genocida contra los palestinos en Gaza y Cisjordania este último año, en la que el buldócer asume su papel completo (las recientes revelaciones sobre su función asesina más directa lo dejan aún más claro), requerirían un capítulo completamente nuevo en el futuro, cuando el acto de escribir vuelva a ser posible….
Bienvenides, bienvenidas y bienvenidos al número 56 de The Funambulist, el primero de los que espero sean muchos más publicados en inglés, francés y español. Titulado «La política del buldócer» [Bulldozer Politics], es también un número especial debido al importante espacio que en él ocupa la presente introducción, así como un largo ensayo de mi querida colega, Shivangi Mariam Raj. La razón por la que concedemos tanto espacio a nuestras propias contribuciones es doble: por una parte, el deseo de recuperar el argumento que articulé en un pequeño libro en francés (sin traducir) publicado en 2016, «La Politique du Bulldozer: La Ruine palestinienne comme projet israélien» [La política del buldócer: la ruina palestina como proyecto israelí], por la otra, compartir el trabajo de Shivangi Mariam en el contexto de las continuas demoliciones masivas con buldócers organizadas por los estados indios en contra de los hogares musulmanes indios.
Este pequeño libro surgió de la necesidad de escribir mientras presenciaba desde lejos el asedio israelí y la invasión a Gaza en el verano de 2014. Durante dos meses, sentimos que estábamos presenciando lo peor: bombardeos interminables y cañonazos de tanques y barcos, más de 2,300 personas palestinas muertas, decenas de miles de desplazades dentro de la Franja de Gaza, secciones enteras de la ciudad en ruinas… En ese entonces, escribir y crear mapas eran mi propia forma de lidiar con las emociones abrumadoras con las que me enfrentaba cada día. Una década más tarde, después de meses de ver cómo las formas más intensas y letales de la violencia del colonialismo de ocupación pueden normalizarse y empeorar, simplemente no he podido escribir nada. Desde octubre pasado, Israel ha utilizado buldócers como armas clave en su invasión terrestre en Gaza, profanando varios cementerios y demoliendo casas palestinas que, de alguna manera, miles de bombas no habían logrado destruir. Mientras escribo estas líneas, a finales de agosto de 2024, los buldócers israelíes están también presentes en Yenín y Tulkarem, como piezas clave de la ofensiva más destructiva y asesina en Cisjordania [West Bank] desde la Segunda Intifada (2000-05). El uso estratégico de esta arma específica no difiere de la historia de la política buldócer en Palestina desde 1948, que intenté describir brevemente en el libro antes mencionado. Mi objetivo en ese libro fue mostrar cómo el ejército israelí produce ruinas palestinas a partir de una estrategia clara y precisa, en marcado contraste con el caos de los escombros, aparentemente indiscriminado, que resulta de las demoliciones. El perfeccionamiento intencional de las condiciones para la destrucción es, de hecho, tan meditado y controlado, que el proceso de a-ruinación se asemeja a su opuesto, es decir, a la concepción de un proyecto arquitectónico tal y como lo realiza cualquier arquitecte. En este caso, debemos desprendernos de la imagen simplificada del caos que suelen evocar la destrucción y la ruina, y considerarlas en el contexto de estrategias militares precisas a largo plazo destinadas a controlar tanto el entorno como la disposición de les cuerpes en el espacio —del mismo modo que lo haría cualquier otro proyecto arquitectónico. Estamos acostumbrades a la acción destructiva del buldócer en el contexto de las demoliciones civiles de edificios o barrios de nuestras ciudades; una transformación del entorno urbano que tampoco suele ser inocente desde el punto de vista político. En Palestina, el buldócer ha sido una auténtica arma de guerra desde 1949, cuando el ejército israelí comenzó a demoler las ruinas de numerosos pueblos palestinos que se habían quedado vacíos el año anterior.
Fundada en 1925, la empresa estadounidense Caterpillar lanzó en 1954 un nuevo modelo de buldócer llamado Caterpillar D9 que, desde entonces, ha impactado la vida de cientos de miles de personas palestinas. Poco después de su comercialización, el ejército israelí se convirtió en un entusiasta comprador de este modelo, lo blindó (como lo hizo también el ejército estadounidense), y lo utilizó en todas sus operaciones militares, desde el Sinaí hasta Líbano. Con 8 metros de largo, 4 metros de alto y 4.60 metros de ancho, este monstruo de acero de 60 toneladas tiene un cucharón delantero de 1.80 metros de altura, así como picos traseros para desgarrar que, como una reja de arado, puede cavar una zanja de 1.70 metros de profundidad. Esta herramienta de destrucción se utilizó especialmente durante la Segunda Intifada en Cisjordania y la Franja de Gaza para cortar las infraestructuras palestinas (carreteras, suministro de agua, y alcantarillado).
Existen distintas variantes del D9, y los agentes de ventas del ejército israelí pueden presumir pruebas «reales» de su funcionamiento cuando intentan venderlas en ferias militares internacionales. La versión D9T, por ejemplo, ni siquiera necesita un operador en la cabina del buldócer, ya que se maneja por control remoto. En 2008, el ejército israelí también diseñó una versión Lioness, cuya estatura más alta que ancha facilita la penetración en tejidos urbanos densos, ya sean palestinos o con otra ubicación. En la actualidad, Caterpillar es una de las principales empresas acusadas por «complicidad o colusión […] en violaciones reales y potenciales de derechos humanos» por numerosas organizaciones no gubernamentales, entre ellas Human Rights Watch. Los llamados para que la empresa estadounidense deje de vender sus productos al fabricante de armas gubernamental Israel Military Industries (a través del Programa de Ventas Militares al Extranjero de Estados Unidos), así como el boicot fomentado por la campaña «Boicot Divestment Sanctions» (BDS) [Boicot, Desinversión y Sanciones], no han sido atendidos hasta ahora.
Existe un personaje infame que se repite varias veces a lo largo de este libro: Ariel Sharon, apodado «Arik, el Buldócer». Fue un promotor clave del uso sistemático que se ha dado a los buldócers en los contextos urbanos de Gaza y Cisjordania, pero también en Líbano y el Sinaí egipcio. A lo largo del libro, lo encontramos en diversos cargos militares y políticos que ocupó entre 1948 y 2006, antes de que un derrame cerebral lo dejara en coma durante ocho años y, posteriormente, muriera en 2014. Comenzó como jefe de pelotón durante la guerra árabe-israelí y la limpieza étnica de Palestina en 1948 en el seno de la Haganá (la principal organización paramilitar sionista antes de la creación del Estado de Israel), fue más tarde comandante de una unidad blindada durante la invasión del Sinaí y Gaza, y después general al frente del Mando Sur del ejército israelí entre 1969 y 1973. Ocupó el cargo de ministro de agricultura entre 1977 y 1981 (durante las primeras formas de colonización civil de Cisjordania), justo antes de convertirse en jefe del Ministerio de Defensa, donde supervisó la invasión de Líbano en 1982. Por último, fue Primer Ministro (2001-2006) durante la Segunda Intifada y la retirada israelí de la Franja de Gaza en 2005, a la que convirtió en una prisión al aire libre, bombardeada regularmente por las fuerzas aéreas y navales israelíes e invadida por el ejército terrestre.
La gran diversidad de responsabilidades militares y políticas de Sharon (quien también fue ministro de Industria, Vivienda, Energía y Asuntos Exteriores) no son casualidad. El proceso de a-ruinar las condiciones de vida de las personas palestinas va más allá de la esfera puramente militar, ya que el gobierno israelí lo está llevando a cabo en colaboración con la sociedad civil. Podemos ver el aspecto decididamente constructivista de este proyecto, ya sea que se materialice en la construcción persistente y planeada de infraestructuras segregadoras, o en la destrucción concomitante.
En las siguientes secciones, presento algunos de los capítulos revisados (y traducidos) del libro. Siguen un orden cronológico inverso, que nos lleva desde el momento actual hasta la Nakba, demostrando cómo el uso de buldócers en la destrucción sistemática de hogares palestinos —e incluso de ruinas palestinas— ha estado presente desde la limpieza étnica de 1948. El título de cada apartado contiene una fecha y un lugar clave que ilustran procesos de destrucción y que, a su vez, se extienden tanto en el espacio como en el tiempo.
1 de julio de 2014,
IdhnaDemoliciones punitivas /// ///
El 23 de junio de 2014, el ejército israelí retomó su estrategia de demoliciones punitivas de viviendas palestinas, a pesar de que la había considerado contraproducente y la había abandonado en febrero de 2005. El 1 de julio, soldados israelíes dinamitaron la casa de la numerosa familia de Ziad Awawdeh. Ziad es una persona palestina de Idhna (cerca de Hebrón), que en ese momento estaba detenido y a la espera de un juicio por matar a un policía israelí. La organización israelí Hamoked había presentado varias apelaciones en contra de esta destrucción punitiva ante el Tribunal Supremo Israelí, insistiendo que ese acto constituía una violación del derecho internacional. Sin embargo, todos estos argumentos fueron rechazados bajo el razonamiento del tribunal de que el efecto disuasorio de tal medida era legítimo. El 11 de agosto, el ejército israelí destruyó otras dos viviendas palestinas en Hebrón. Más tarde, en noviembre, el ejército israelí destruyó otras cinco en Jerusalén. Todas ellas fueron destruidas por motivos punitivos dirigidos contra las familias y/o compañeres de personas palestinas en procesos legales por ataques puntuales contra israelíes.
Este método de demolición punitiva de viviendas ha sido utilizado por el ejército israelí desde 1967, cuando éste invadió Jerusalén Este, así como Cisjordania y la Franja de Gaza. Hamoked registra casi 1,800 casos de demolición punitiva o clausura de viviendas palestinas entre 1967 y 1998. Este método se suspendió a partir de 1998 y hasta la Segunda Intifada, cuando el ejército israelí volvió a destruir 664 viviendas de familiares de combatientes palestinos, dejando a 4,182 personas sin hogar.
Un informe de 2014 de Jacob Burns para Amnistía Internacional ilustraba también otro método de a-ruinación utilizado por la policía de Jerusalén. Tras un atentado contra una sinagoga en noviembre de 2014, en el que murieron seis israelíes, la policía demolió la casa de uno de sus autores (que murió en el ataque inicial), dejando sin hogar a su mujer y sus tres hijes. El otro autor de este atentado vivía con su abuelo, también en Jerusalén Este. En su caso, la policía israelí utilizó una técnica diferente, vertiendo 90 toneladas de concreto en las habitaciones donde vivía, dejando aproximadamente sólo un metro entre el concreto y el techo de cada habitación. Se trata de una forma especialmente despiadada de castigo colectivo, ya que la casa se derrumbó al poco tiempo en el barranco adyacente debido al peso del concreto que vertieron en ella. En este caso, el proceso de a-ruinación quedó inicialmente oculto, ya que fue contenido dentro de la vivienda (con la excepción de una ventana rota por la que se vertió el concreto), y su espectacular derrumbe se produjo más tarde, después de que la policía se retiró.
Este caso de demolición punitiva de viviendas palestinas, se basa en una ley de estado de emergencia introducida por el Mandato Británico en 1945. Esta legislación establece que un mando militar puede ordenar la destrucción de una casa o terreno desde el que se sospeche que se ha llevado a cabo un ataque enemigo, o si pertenece a familiares de presuntos atacantes. Sin embargo, este artículo había sido revocado incluso antes del final del Mandato (1948), y su espíritu fue anulado y suprimido por la Cuarta Convención de Ginebra (1949).
Esta lógica de castigo colectivo puede verse, por supuesto, en los bombardeos de Gaza, pero también en otras operaciones de la policía de Jerusalén, por ejemplo, cuando envía sus camiones a rociar “skunk” [agua de zorrillo, o mofeta] (una solución química pestilente) sobre los muros de los barrios palestinos ocupados del este de la ciudad que han albergado protestas. Esta degradación de las condiciones de vida de las personas palestinas también puede entenderse como un proceso de a-ruinación, aunque en este caso no se ataca la estructura de sus viviendas.El proceso de a-ruinación se extiende también a la demolición periódica de viviendas palestinas que se consideran construidas ilegalmente en Jerusalén y Cisjordania. Desde la firma secreta de los Acuerdos de Oslo en 1993 entre el gobierno israelí y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Cisjordania está dividida en tres zonas denominadas A, B y C. La zona A comprende todas las ciudades palestinas (con la excepción de Hebrón) que se encuentran teóricamente bajo el control civil y policial de la Autoridad Palestina. En realidad, es sumamente claro que el ejército israelí se reserva el derecho de invadir periódicamente las ciudades palestinas (en particular Yenín, Nablús, y Tulkarem) y llevar a cabo incursiones militares letales o ataques con drones. La zona B, un área de interfase, está teóricamente controlada tanto por la Autoridad Palestina como por el ejército israelí. La zona C constituye más del 63% de Cisjordania y está bajo el control absoluto del ejército israelí. No se puede construir ninguna estructura palestina en el 70% de la zona C (es decir, el 44% de Cisjordania), y la construcción en el 30% restante (19% de Cisjordania) debe ser autorizada por la Administración Civil israelí según una serie de requisitos particularmente estrictos y restrictivos. Es por ello que muchas personas palestinas construyen sin dicha autorización, ya que se trata de un requisito que normaliza la ocupación y su legislación militar-administrativa. Entre 2000 y 2012, la Administración Civil ordenó la demolición de 9,682 viviendas palestinas (pagada de manera forzosa por sus habitantes), y utilizó recursos del ejército para destruir 2,829 de ellas.
10 de abril de 2002, Yenín
Destrucción contrarrevolucionaria durante la Segunda Intifada ///
Aunque es difícil señalar una fecha exacta para el inicio de la Segunda Intifada, parece razonable considerar que el 28 de septiembre de 2000 —fecha en la que inicia la espectacular invasión del complejo de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén Este por parte del líder del partido Likud, Ariel Sharon— marca el comienzo de cinco años de confrontación asimétrica.
En los meses siguientes a este acontecimiento, las acciones y los discursos decididamente agresivos de Sharon parecieron dar buenos resultados entre el electorado israelí, ya que fue elegido Primer Ministro en febrero de 2001, en sustitución de Ehud Barak, por sufragio universal directo —un método que había sido abandonado hasta entonces— con más del 62% de los votos.
El año 2002 se caracterizó por los múltiples asedios del ejército israelí a ciudades palestinas, tanto en Cisjordania como en Gaza. En Ramala, la Mukata (sede de la Autoridad Palestina), donde se encontraba el presidente Yaser Arafat, fue asediada durante todo el mes de abril. Los campos de personas refugiadas de Gaza y Cisjordania, hogar de más de medio millón de personas y lugares clave de la resistencia palestina, fueron un blanco específico de los ataques. En enero, los buldócers D9 del ejército israelí destruyeron más de cien viviendas en el campo de personas refugiadas de Rafah, dejando sin hogar a unas 1,600 personas. El asedio al campo de Nablús tres meses después se dio a conocer al público del campo de la arquitectura gracias al conocido estudio de Eyal Weizman publicado en Hollow Land (2007). En concreto, Weizman describió el modo en que el general de brigada Aviv Kochavi —quien es el comandante en jefe de las fuerzas de ocupación israelíes hoy en día— dirigió el ataque de sus soldados excavando los muros de las casas palestinas desde dentro, lo que permitió que la invasión se llevara a cabo al interior de las casas en lugar de darse por las calles del mayor campo de personas refugiadas de Cisjordania. En este caso, la a-ruinación es terriblemente eficaz, ya que deja enormes agujeros en las paredes que separan los departamentos de les vecines, aunque permanece invisible desde el exterior.
Entre el 2 y el 18 de abril de 2002, les 13,000 habitantes del campo de refugiades de Yenín fueron sitiades por el ejército israelí, que pretendía aniquilar a las facciones armadas de la resistencia palestina. Los primeros días de la invasión se caracterizaron principalmente por movimientos de tropas israelíes apoyados por bombardeos de helicópteros. Sin embargo, el 9 de abril, trece soldados israelíes murieron en una emboscada, precipitando la destrucción del campo de refugiades, que había comenzado el 4 de abril. A partir del 10 de abril, los buldócers D9 entraron en el barrio de Hawashin, donde se había producido la emboscada, y excavaron calles lo suficientemente anchas como para que los tanques israelíes pudieran atravesar el denso tejido urbano del campo, destruyendo secciones enteras de los edificios adyacentes, una estrategia ya utilizada en el pasado. Las demoliciones no se limitaron a proporcionar apoyo logístico a las tropas israelíes, sino que les permitieron utilizar tanques en la batalla. Los buldócers se convirtieron en el principal método de destrucción del entorno construido palestino, utilizados con absoluta indiferencia frente a la posible presencia de habitantes en el interior de los edificios y casas. Los buldócers D9 trabajaron sin descanso para destruir más de 140 casas y dañar otras 200, matando a muchas personas palestinas que no habían huido de sus hogares, y dejando a otras 4,000 sin hogar.
El testimonio más preciso de esta destrucción sistemática procede de Moshe Nissim, uno de los operadores de los buldócers D9 durante la destrucción del campo de Yenín. Lejos de arrepentirse, describe las 75 horas que pasó «semidesnudo» al volante de su máquina de demolición, con sólo algo de comida y botellas de whisky como sustento. Nissim, quien aparentemente sufre de trastornos obsesivos (evidenciados, por ejemplo, en su fascinación por el equipo de fútbol israelí de Jerusalén, el Beitar, famoso por el racismo de sus hinchas), compartió un testimonio que recoge sus persistentes peticiones para que le autorizaran destruir un número cada vez más elevado de edificios palestinos:
«Pedía trabajo: “Déjenme terminar otra casa, abrir otra pista”. […] Quería destruirlo todo. Rogaba a los oficiales, por radio, que me dejaran derribarlo todo; de arriba hasta abajo. Para arrasarlo todo. […] No podía parar. Quería trabajar y trabajar. […] Seguía pidiendo más y más misiones».El testimonio en su conjunto revela una inestabilidad mental que empujó a la organización israelí Gush Shalom a preguntarse por qué un individuo tan poco entrenado se encontraba al volante de un artefacto tan destructivo. Sin embargo, incluso ese cuestionamiento pareciera declarar cierta confianza en la voluntad del ejército israelí de autorregularse y juzgar por sí mismo las excepciones a su autoproclamada norma «humanitaria». No obstante, el carácter excepcional de Nissim dentro de este ejército sólo está vinculado a su desenfrenado estajanovismo, y no a la naturaleza de sus acciones, que se ajustan plenamente a la lógica examinada en este libro. En este sentido, vale la pena mencionar que la unidad a la que pertenecía recibió posteriormente del alto mando «una mención oficial por los servicios prestados a la patria».
Del mismo modo que la acción de Nissim no puede entenderse como excepcional, el caos de ruinas y escombros que provocó no debe considerarse aleatorio o indiscriminado. El hecho de que se destruyan viviendas tiene una importancia significativa, ya que representa un ataque vital y personal. Este hostigamiento se aplica en particular a una población que ha sido refugiada desde hace mucho tiempo; la destrucción nos recuerda a todas las destrucciones de los pueblos palestinos, vividas por los ancianos desde 1948. Como dice el propio Nissim, «sentía alegría cada que derribaba una casa porque sabía que no les importaba morir, pero les importaban sus casas. Al derribar una casa, entierras a 40 ó 50 personas de las próximas generaciones. Si me arrepiento de algo, es de no haber derribado todo el campamento».
A pesar de que su observación está realizada bajo una lógica de destrucción «negativa», también la describe utilizando términos que, en contraste, sugieren una construcción «positiva». Afirma, por ejemplo, haber creado un estadio en medio del campo de refugiades. La importancia de esta afirmación radica en el contraste sugerido entre la destrucción de más de cien hogares palestinos y la aspiración a un acto creativo que resulta de este aplanamiento. Podemos ver entonces una aplicación del pensamiento arquitectónico en el uso del buldócer por parte del ejército israelí y la sustitución de los medios de subsistencia palestinos por la infraestructura sionista.
Del mismo modo, la forma en que se han ensanchado las calles del campo de refugiades para permitir la circulación de los tanques israelíes nos recuerda a la transformación masiva del tejido urbano de París llevada a cabo por el barón Haussmann entre 1852 y 1870. Haussmann combinó sus ambiciones de saneamiento —una terminología utilizada a menudo por los teóricos de la contrainsurgencia— con funciones contrarrevolucionarias frente a las numerosas revueltas proletarias de la época. Construyó amplios bulevares que permitían al ejército regular y a su artillería avanzar rápidamente por la ciudad en caso de que fuera necesario. Es interesante observar la reconstrucción del campo de Jenin bajo esta óptica, aunque ésta se llevó a cabo bajo los auspicios de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiades de Palestina en Oriente Próximo) y no del ejército israelí. El escritor y curador Justin McGuirk, y Weizman después de él, han insistido en los debates que se llevaron a cabo para determinar si los callejones sinuosos anteriores al asedio debían reconstruirse o si las calles del campamento reconstruido debían ensancharse. En desacuerdo con el consejo del comité popular del campamento, la UNRWA optó finalmente por esta última opción, argumentando que sería más fácil para las ambulancias entrar en el campamento en caso de un nuevo asedio, a pesar de que el ejército israelí les impidió por la fuerza la entrada en 2002. Podemos afirmar, por lo tanto, que la planificación urbanística del campo de Yenín ofrece condiciones fáciles para su invasión por el ejército israelí. En este sentido, esta decisión puede considerarse plenamente un proyecto arquitectónico del mismo ejército, a pesar de que éste no haya sido partícipe de la decisión.
Julio de 1971, Rafah
La «pacificación» de Gaza según Ariel Sharon ///
En diciembre de 1969, Ariel Sharon fue nombrado jefe del Mando Sur del ejército israelí, dos años después de haber dirigido la invasión israelí del Sinaí al Canal de Suez. La ocupación militar y, eventualmente, civil de Gaza, Jerusalén del Este, y Cisjordania que acompañó a esta campaña y que ha continuado desde entonces, intensificó la resistencia palestina especialmente en la Franja de Gaza. En octubre de 1970 se estableció ahí el primer asentamiento israelí posterior a 1967, al que siguieron otros seis en los ocho años siguientes. Sharon logró convencer al Estado Mayor del ejército israelí de que podía asumir el mando de una misión contrarrevolucionaria en Gaza, y posteriormente obtuvo los medios para hacerlo.
Sus memorias son útiles para comprender los métodos que utilizó. Los describe en términos de su supuesta precisión quirúrgica, atacando sólo a miembros de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) sin afectar al resto de la población de Gaza; una mentira utilizada innumerables veces en las sucesivas invasiones de Gaza desde entonces y hasta el presente. La forma en que Sharon describe su exploración de la Franja de Gaza da testimonio tanto de su búsqueda de control absoluto como de su auto-romantización:
«Me levantaba al amanecer y, equipado con un poco de comida y una cantimplora de agua, […] salía a explorar una zona determinada. Día tras día, sistemáticamente, exploraba cada metro cuadrado de cada campo de refugiades y cada invernadero de naranjas».
La zona mencionada por Sharon en este extracto corresponde a un área cuadriculada de 1,500 metros cuadrados de ancho. Sobre los mapas militares israelíes, Sharon aplicó esta cuadrícula a 360 kilómetros cuadrados de la Franja y posteriormente asignó el control a tantos escuadrones de soldados israelíes como cuadrados en la cuadrícula. Aquí podemos reconocer la necesidad histórica de las fuerzas contrarrevolucionarias de seccionar administrativamente los entornos urbanos que escapan a su control. Podemos pensar, por ejemplo, en las operaciones de «pacificación» que se llevaron a cabo en Argelia por el mariscal Bugeaud y el ejército francés en la década de 1840. Se destruyó un tejido urbano tan denso y políticamente crucial como el de la Kasbah de Argel, y se administraron las calles y las casas por medio de nombres y números con el fin de hacer más eficaz el control. Aunque no se sabe con certeza si Sharon leyó el pequeño manual escrito por Bugeaud tras la revolución parisina de 1848, «La Guerre des rues et des maisons» [La Guerra de calles y de casas], es muy probable que conociera bien los métodos y las hazañas del mariscal francés.
En Gaza, Sharon describe una serie de métodos utilizados por sus soldados para localizar y destruir escondites y búnkeres de la OLP, pero sólo una vez menciona la destrucción masiva provocada por esta misión de contrainsurgencia:
«Los campos ocupaban zonas relativamente pequeñas, pero estaban densamente poblados. […] Con el paso de los años, las familias crecieron y añadieron habitaciones y pabellones endebles, creando un cuello de botella que sólo dejaba estrechos pasadizos de un metro o metro y medio de ancho entre las casuchas. Este laberinto era ideal para los terroristas [sic]. Así que mandé ensanchar los callejones para facilitar el trabajo de nuestras patrullas. Para ello, tuvimos que demoler un gran número de casuchas y reubicar a sus ocupantes».
La descripción de Sharon subestima en gran medida la escala de estas demoliciones, así como la violencia de sus medios, ya que fueron llevadas a cabo por buldócers Caterpillar D9, mencionados anteriormente. Alrededor de 2,500 viviendas fueron demolidas en Rafah, sobre todo en su campo de refugiades, donde se ensancharon las estrechas calles para facilitar el paso de los vehículos del ejército israelí. No es casualidad que el apodo de “bulevares de Sharon” dado a estas incursiones recuerde a los bulevares de Haussmann en París, descritos más arriba. En 1971, 16,000 habitantes de Rafah se quedaron sin hogar, ya que las soluciones de realojamiento de las que hablaba Sharon sólo podían encontrarse en dos nuevos distritos construidos (llamados Brasil y Canadá) por el gobierno israelí. El realojamiento sólo estaba disponible bajo la condición de que las personas renunciaran a su condición de refugiadas y, por lo tanto, a su «derecho de retorno» a sus tierras en otras partes de Palestina, una condición que era sencillamente inaceptable para la mayoría de las personas palestinas afectadas.
En general, este proceso de demolición masivo no fue el último en Gaza, ni tampoco en Rafah en particular. Tras los Acuerdos de Camp David de 1978 entre Israel y Egipto, el ejército israelí evacuó la península del Sinaí, que había ocupado desde 1967, y desmanteló los asentamientos civiles israelíes que había ahí —su destrucción se llevó a cabo para que la población egipcia no pudiera beneficiarse de ellos. Esta táctica se repetiría en Gaza durante la llamada «retirada» de 2005. Gaza, que no había estado separada del Sinaí desde 1948 (bajo control egipcio hasta 1967, cuando ambas fueron ocupadas por el ejército israelí), pasó a tener una frontera militarizada con Egipto en abril de 1982. Para ello, el ejército israelí —cuyo ministro de Defensa era entonces Ariel Sharon— destruyó más de 300 viviendas palestinas en Rafah, partiendo la ciudad en dos y estableciendo una zona de patrullaje israelí entre el lado palestino y el egipcio.
El uso de buldócers como arma de guerra se sistematizó cuando Sharon estuvo al frente del gobierno israelí (2001-2006). En 2002, las Caterpillar D9 destruyeron el asfalto del aeropuerto internacional Yasser Arafat de Rafah, inaugurado con gran fanfarria cuatro años antes tras la firma de los Acuerdos de Oslo de 1993. Entre 2001 y 2004 se demolieron 2,500 viviendas palestinas en Gaza, dos tercios de ellas en Rafah, sobre todo a lo largo de la frontera. La zona de patrullaje israelí que se «excavó» en el tejido urbano de Rafah en 1982 tenía entre 20 y 40 metros de ancho. En 2004, ésta ya no era una zona de patrullaje sino una auténtica tierra de nadie militarizada de 300 metros de ancho, que separaba las partes egipcia y palestina de la ciudad. Esta zona de contención permite a los buldócers israelíes desmantelar algunos de los túneles que proporcionan a la población de Gaza acceso a numerosos productos prohibidos por el bloqueo israelí y a la circulación de armas para la resistencia palestina.
Sin embargo, las demoliciones no son exclusivas de la parte palestina de la ciudad. De hecho, el gobierno egipcio del general Abdel Fattah al-Sisi, quien tomó el poder desde el golpe militar de julio de 2013 y las disputadas elecciones que le siguieron, ha promovido la demolición de la ciudad fronteriza con el evidente objetivo de prohibir cualquier vínculo con la Franja de Gaza. En marzo de 2015, la amplitud de la zona de contención en el lado egipcio se incrementó en dos kilómetros, y la demolición del resto de la ciudad se produjo en 2015-16.
De esta forma, las demoliciones iniciadas por Ariel Sharon en 1971 fueron sólo el primer paso hacia una nueva serie de destrucciones del entorno construido palestino. La frontera dentro de Rafah, que durante mucho tiempo sólo se había materializado por la presencia de barriles de metal, ahora forma una «línea divisoria» cada vez más ancha, destruyendo todas las viviendas a su paso. Una vez más, las demoliciones llevadas a cabo por el ejército israelí durante los últimos 76 años deben entenderse tanto por sus efectos destructivos como por su paciente creación de un terreno propicio para lograr la colonización de Palestina a través de su ocupación. Estas demoliciones son una parte integral de las estrategias militares territoriales, cuyas ruinas y escombros no deben distraernos de su precisión. Debemos también recordar que estas políticas buldócer se suman a los bombardeos asesinos del ejército israelí sobre la Franja de Gaza.
7 de junio de 1967, Jerusalén
Supresión en la Ciudad Vieja ///
Tras la invasión del Sinaí en 1956 por parte de los ejércitos israelí, francés y británico, y después de la nacionalización del Canal de Suez por el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, la ONU instauró una «Fuerza de Emergencia» (FENU) para facilitar la retirada de las tropas extranjeras de la península egipcia. El 15 de mayo de 1967, más de diez años después del despliegue de esta fuerza, Nasser solicitó con éxito su retirada de suelo egipcio y desplegó nuevamente parte del ejército nacional en la península. Este movimiento de tropas egipcias continúa alimentando la narrativa demagógica israelí de una inminente agresión militar contra Israel.El 5 de junio de 1967, bajo la presión del recién nombrado ministro de defensa Moshe Dayan y de varios generales, entre ellos Ariel Sharon, el gobierno israelí ordenó la invasión de la Franja de Gaza y de la península del Sinaí. Dos días después, el ejército israelí invadió Cisjordania y Jerusalén Este. Tulkarem y Kalkilia fueron dos de las primeras ciudades invadidas. Siete mil de los 25,000 habitantes de Tulkarem huyeron y se convirtieron en refugiades. Los desalojos sistemáticos y las demoliciones de viviendas que habían caracterizado la Nakba de 1948 también se llevaron a cabo durante la Naksa en Kalkilia, donde el ejército israelí destruyó cerca de la mitad de sus 2,000 casas, creando 12,000 refugiades más. Por otro lado, más cerca de Jerusalén, tres pueblos —Imwas, Yalou y Beit Nuba, con 8,000 habitantes en total— fueron completamente desalojados y posteriormente destruidos por los soldados, en un proceso que se repitió con decenas de pueblos de la zona (al otro lado de la llamada “Línea Verde”) poco menos de dos décadas atrás.
Ese mismo 7 de junio, el ejército israelí invadió la Ciudad Vieja de Jerusalén. Los soldados israelíes penetraron en el recinto sagrado de la mezquita de Al Aqsa y colocaron una bandera israelí en lo alto de la Cúpula de la Roca. Dos días después de la invasión, mientras el ejército israelí invadía también los Altos del Golán que limitan Siria con Palestina, buldócers israelíes entraron en la Ciudad Vieja y destruyeron 139 casas del barrio magrebí (a veces también llamado «barrio marroquí») para despejar la plaza que existe actualmente frente al Muro Occidental («Kotel» en hebreo, «Al Buraq» en árabe). A las personas palestinas que habitaban estas viviendas sólo se les autorizó llevarse algunos objetos personales antes de ser desalojades por los soldados israelíes. Varias de ellas murieron mientras dormían por la demolición de sus casas durante la noche. El trabajo de los buldócers fue constante durante dos días y dos noches, en una clara estrategia fait accompli, anticipándose a una posible intervención de Naciones Unidas. En la mañana del 12 de junio, menos de una semana después de la invasión, el barrio magrebí quedó totalmente destruido y les habitantes que sobrevivieron a la demolición se convirtieron en refugiades. En 2014, las autoridades israelíes construyeron una nueva rampa junto al Muro Occidental para permitir a colonos y turistas acceder al recinto de la mezquita de Al Aqsa sin permiso del Waqf de Jerusalén nombrado por Jordania, encargado de regular el acceso al lugar sagrado.
La invasión de la Ciudad Vieja en junio de 1967 inició un proceso que sigue en marcha hoy en día, mediante el robo minucioso pero sistemático de edificio tras edificio (a veces, departamento tras departamento). Por ejemplo, las personas armenio-palestinas luchan actualmente contra la colonización de su barrio en la Ciudad Vieja. El pasado noviembre, en el Jardín de las Vacas (la parte más al suroccidente de la Ciudad Vieja), un buldócer acompañado por la policía israelí destruyó parte del estacionamiento que se encontraba frente a una barricada con la bandera de Armenia. La colonización de la Ciudad Vieja llevada a cabo por la política buldócer reproduce, a menor escala, las mismas lógicas espaciales que se ejecutan en el resto de Palestina.
18 de julio de 1948, Lubya
La Ruina Palestina y su ausencia ///
La Nakba de 1948 fue testigo del despliegue del Plan Daleth (Plan D), la limpieza étnica de unas 800,000 personas palestinas (la mitad de la población) de un territorio que se convertiría en el Estado de Israel en 1949. La fecha en la que comenzó el desplazamiento de la población palestina es un componente importante de la narrativa fundacional del Estado israelí. Como tal, suele atribuirse al final del Mandato Británico —simultáneo e inherente a la declaración fundacional del Estado de Israel—, así como al comienzo de la guerra entre sus Estados vecinos (Egipto, Jordania, Siria e Irak) el 15 de mayo de 1948. Así pues, la destrucción y los desplazamientos poblacionales podrían atribuirse a la guerra; sin embargo la supuesta simetría de ésta última no se sostiene en los hechos (115,000 soldados israelíes se enfrentaron a unos 50,000 combatientes árabes).Como demuestra el historiador israelí Ilan Pappé, la limpieza étnica había comenzado en marzo de ese mismo año; a finales de abril ya se habían expulsado a 250,000 personas palestinas y se habían destruido 200 pueblos palestinos. El curso de acción de la Haganá era el siguiente: destruir los focos de resistencia de cada pueblo palestino —la resistencia era muy débil antes del 15 de mayo—; expulsar a la población; y luego dinamitar o incluso minar cada casa, una por una, para impedir que las personas regresaran a sus hogares. Al «final» de la Nakba, en julio de 1949, se destruyeron y desocuparon por la fuerza 531 pueblos. La organización no gubernamental israelí Zochrot, que desde 2002 trabaja para perpetuar la memoria de la presencia histórica palestina en territorio israelí, los enumeró recientemente.
En 1949, el mismo territorio otorgado al estado de Israel ya estaba marcado con ruinas de ciudades palestinas, cuya presencia es un recordatorio de la existencia del pueblo palestino en esta tierra. Las ruinas tienen el poder de alborotar los sentidos de quienes las ven. Como vestigios, las huellas de una arquitectura original atestiguan la vida que una vez albergaron. Desde principios de la década de 1950, el gobierno israelí se dedicó a ocultar estas ruinas, ya sea destruyéndolas por completo, utilizándolas como cimientos de nuevas ciudades —así, por ejemplo, se otorgó una nueva función a muchas mezquitas—, o plantando bosques sobre ellas. Esta última operación es particularmente interesante desde el punto de vista de la gobernanza necesaria para llevarla a cabo. De hecho, el organismo encargado de la plantación de bosques en Israel es el Fondo Nacional Judío (FNJ), una organización no gubernamental que formaba parte de la Organización Sionista Mundial. Fundado en 1901, el FNJ se encargó hasta 1948 de recaudar fondos entre los miembros de la diáspora judía para adquirir tierras en Palestina. Dichas colectas se realizaban utilizando pequeñas alcancías metálicas con un mapa de Palestina o con la futura bandera israelí.
Estas alcancías continuaron en existencia tras la creación del Estado de Israel, aunque éste pareció olvidarlas. En efecto, en 1950, la vocación del FNJ pasó de la compra de tierras, a la gestión de las tierras de las que habían sido expulsadas las personas palestinas, así como su posible forestación. Desde entonces, las alcancías del FNJ han motivado a las personas que están a favor de las políticas israelíes a plantar árboles en las tierras que fueron objeto de limpieza étnica durante la Nakba. Así, el bosque de Birya (uno de los más grandes plantados por el FNJ), que se extiende sobre 20,000 dunams (2,000 hectáreas) al norte del lago Tiberíades, oculta las ruinas de no menos de seis pueblos palestinos.A unos quince kilómetros al sur de Birya, se encuentran el bosque de Lavi —así como el kibutz del mismo nombre, fundado en 1949— y el pueblo israelí de Giv’at Avni (cuya construcción data sólo de 1991 y continúa creciendo según su plan maestro semi-concéntrico). Ocultas bajo el bosque están las ruinas del pueblo palestino de Lubya, hogar de 2,730 habitantes antes de 1948. Lubya fue capturada el 18 de julio de 1948 por la Haganá y destruida inmediatamente con dinamita. En la película The Village Under the Forest [El pueblo bajo el bosque] (2013), de Mark J. Kaplan y Heidi Grunebaum, un veterano de la Haganá israelí llamado Shimon Nachmani (que participó en la captura de Lubya) explica que un kilogramo de dinamita colocado en el centro de cada casa bastaba para demolerla.
En 1949, los buldócers tomaron el relevo de lo que la dinamita no destruyó por completo, demoliendo muchas ruinas de pueblos palestinos a principios de la década de 1950. El arrasamiento final de Lubya se completó hasta 1965. Cuando se fundó el pueblo israelí de Giv’at Avni en 1991, no muy lejos del kibutz Lavi, el FNJ plantó un bosque de pinos que cubría los últimos restos de las viviendas palestinas. Parte del bosque fue bautizado como «El Bosque de Sudáfrica», en un homenaje atribuido a la diáspora judía sudafricana (de la que forma parte la propia Heidi Grunebaum), un grupo que había contribuido económicamente a la fundación del bosque mediante las mismas alcancías y otras donaciones al FNJ. Sin embargo, el embajador de Sudáfrica en Israel se distinguió en 2013 por ser el único en negarse a que se plantaran dieciocho árboles en su nombre y el de su país dentro del «Bosque de los Embajadores». Éste último fue plantado por el FNJ en el desierto del Néguev, lo que obligó primero a la expulsión repetida de la población beduina del pueblo de al-Araqib, y más tarde a su demolición.
Los árboles de Israel ocultan así las circunstancias que precedieron a la fundación del Estado en 1948, en particular por la forma en que borran la presencia de antiguos pueblos palestinos. Una ruina puede contar la historia de su existencia pasada: es una arquitectura cuyo estado funcional puede reconstituirse con el pensamiento, podemos mirarla e imaginar la vida humana que la habitó, algunas veces durante siglos. Las ruinas de los pueblos palestinos desalojados por la fuerza, cuyas casas fueron dinamitadas durante la Nakba, pueden así contar la historia de su existencia pasada y de la presencia histórica palestina. Pero las ruinas también son capaces de contar otra historia: la del proceso entrópico que convirtió un edificio en ruinas (ya sea la erosión o un acontecimiento destructivo más repentino) y, potencialmente, las circunstancias políticas que permitieron tal transformación. En el caso de estos pueblos, su erradicación fue repentina y violenta, como demuestran deslaves de tierras que inevitablemente provocaron «preguntas superfluas» entre les turistas durante los años cincuenta y principios de los sesenta, para utilizar la terminología oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí en 1965.
Con el fin de legitimar retroactivamente la gran narrativa fundacional israelí, que forcejeaba para reconciliarse con el crimen original de limpieza étnica, las ruinas palestinas que no habían sido destruidas tras la Nakba desaparecieron gradualmente del paisaje entre 1965 y 1969. Durante esos cinco años, más de cien pueblos palestinos en ruinas fueron meticulosamente demolidos por la Administración de Tierras israelí y sus buldócers. Posteriormente, se plantaron bosques del FNJ en un número significativo de estos lugares, completando así la estrategia de «des-arabizar» Israel tanto desde el punto de vista histórico como paisajístico; una actualización colonial del llamado bíblico a «hacer florecer el desierto», a la que se refieren regularmente las políticas israelíes de uso del suelo.
Ariel Sharon, a quien he mencionado en varias ocasiones, desempeñó también un papel en estas políticas. Comenzando como jefe de pelotón en la Haganá en 1948, participó en varios ataques contra pueblos palestinos, así como en su destrucción; en este sentido, no es casualidad que su primer mandato gubernamental fuera como Ministro de Agricultura entre 1977 y 1981 (antes de convertirse en Ministro de Defensa al frente de la invasión de Líbano en 1982). Como tal, estuvo estrechamente implicado no sólo en el establecimiento de las primeras colonias en Cisjordania, sino también en el destino de los bosques del FNJ. En 1978 creó una unidad paramilitar llamada «Patrulla Verde», encargada de garantizar el florecimiento de estos bosques. Llamada «Patrulla Negra» por los beduinos palestinos, esta patrulla desplazó a 900 campamentos beduinos y a sus animales, siendo sus cabras el blanco particular de una ley israelí aprobada en 1959 que limitaba su número, para no obstaculizar el crecimiento de los brotes jóvenes de los árboles.
Conclusión ///
El 7 de octubre de 2023, muches de nosotres quedamos estupefactes ante la foto de un buldócer destrozando el muro altamente militarizado que rodea la Franja de Gaza. Al día siguiente celebré este gesto arquitectónico de destrucción como el más hermoso que pudimos haber visto. Dicha descripción me costó algunos ataques difamatorios en la prensa alemana y suiza en deliberada confusión de esta magnífica fuga de la prisión (que me recordó un poco a la exitosa fuga de seis presos palestinos de la prisión de Gilboa en 2021 mediante la excavación con una cuchara), la lucha armada anticolonial y asimétrica contra el ejército, la policía y las milicias israelíes, así como la masacre de colonos israelíes desarmados –—cuyas circunstancias quedan por aclarar dada la cantidad de desinformación apresurada y deliberada que la rodea. Sin embargo, en conjunto, no podemos negar que esta masacre ocurrió.
Una de las razones por las que esta foto del buldócer me impactó tanto cuando la vi por primera vez fue que, a diferencia de todas las anteriores, el espectáculo de destrucción no era el de otra casa palestina. Por el contrario, era el desmantelamiento de un componente clave de la arquitectura del colonialismo de quienes ocupan Palestina. Las revoluciones anticoloniales nos han demostrado en el pasado que es posible reapropiarse de partes de la infraestructura colonial de ocupación, desactivar sus funciones segregadoras y ponerlas así al servicio de un pueblo liberado. Estoy convencido de que muchas otras partes de esta infraestructura, por el contrario, no pueden reconfigurarse para servir a otra causa que no sea la desigualdad, el control, y la opresión. Lo que puede cambiar es la gente a la que se dirigen estas lógicas, pero no su propia función violenta. Aquí es donde el buldócer puede intervenir como arma liberadora en el desmantelamiento de los aparatos de violencia colonial. El argumento que he intentado articular aquí es que la naturaleza aparentemente caótica de los escombros no debería engañarnos sobre el orden estratégico y preciso que se ejecuta en la destrucción sistemática (ya sea en Palestina o en las otras geografías descritas en este número). Del mismo modo, también podemos ver en los escombros de un muro militarizado la visión constructivista de un futuro liberado. Aunque este lado de la destrucción no está tan presente en las páginas de este número, les invito a que lo tengan presente mientras lo leen.■